Café y canela

Solitaria me encuentro, hilvanando pensamientos perdidos que, inútilmente, he decidido dejar atrás. Pensamientos que vuelven una y otra vez, envolviéndome con sutileza y melancolía.

Es en ese momento que encuentro la agenda telefónica que había extraviado hace unos días. ¡Me había vuelto loca buscándola! Tengo que llamar urgentemente a un cerrajero, y allí lo busco.

Mientras mis dedos recorren las páginas con avidez, mi índice se detiene casualmente sobre tu nombre. Mi corazón comienza a palpitar exacerbado, entiendo que por el estado de sensual somnolencia en que me encuentro… entonces los recuerdos me invaden.

Recuerdo cuando todos los días nuestras miradas se cruzaban en la terminal de ómnibus. La tuya no era una mirada cualquiera, sino voraz… que me hacía bajar los ojos tímidamente. Subíamos al mismo colectivo cada tarde, con nuestros respectivos uniformes de trabajo, emanando una embriagadora loción corporal, única, intensa…

Recuerdo aquel día en que ascendiste primero y te ubicaste en un asiento del lado del pasillo. Yo subí varios pasajeros después y me dirigía hacia el fondo del coche, cuando al pasar a tu lado me tomaste con fuerza de la pantorrilla… sólo la sujetaste unos instantes, los suficientes para invitarme a un contacto mayor e imponerme tu osadía.

Mi rubor fue repentino y suficiente para que supiera que tú mandabas… casi sigo de largo… sin embargo me atreví a sentarme a tu lado turbadamente, mirando por la ventanilla hacia la calle para aplacar mi acelerado corazón que retumbaba confundido e intrigado.

No despegabas tus ojos de mí, me hacías sudar de vergüenza y de placer contenido, hasta que iniciaste una banal conversación. De a poco me fui soltando y hablamos de nuestros trabajos, de dónde vivíamos. Cerca, por supuesto… aunque tú siempre bajabas antes del ómnibus. Yo conocía tu itinerario pero tú no sabías el mío, por eso debió haber sido que deslizaste un pequeño papel con tu número telefónico entre mis cosas, que descubrí días después.

Quedamos en compartir algún café con canela, o una gaseosa, para conocernos más, encuentro que aún no hemos podido concretar. Me destinaron a otra sección de la empresa, y mi recorrido ha cambiado. Ya no te volví a cruzar en el colectivo, sin embargo hallé una semana más tarde el papel arrugado donde habías escrito tu teléfono. Tu número y tu nombre: Marcela.

Ahora que leo tus datos en mi agenda –que transcribí luego yo misma- titubeo acerca de si llamarte o no… Todo aquello implícito en nuestras miradas quedó flotando como una nube incorpórea, plagada de deseo por lo prohibido. Yo, la hipnotizadora de hombres, dejándome hipnotizar por una mujer… no entra en mi razón.

Empero, algo más fuerte que mi juicio me empuja y cojo el teléfono… una oleada de excitación comienza a recorrerme y te llamo. Sé que a estas horas estás en tu casa, y sé que vives sola… mis dedos comienzan a discar tu número…

No sé cómo llegamos aquí ni en qué circunstancias. Sólo sé que me siento cómoda a tu lado, conversando como viejas amigas, hablándote de mi ruptura con mi novio, sintiendo la comprensión en tu mirada ante cada palabra mía. Terminamos el exquisito café con canela, ese café prometido… que promete aún más…

Tampoco sé en qué momento accedí a ir a tu departamento, pero aquí estoy, totalmente relajada en tu compañía. Me siento plenamente a gusto conmigo y contigo. Sólo pienso en este instante mágico, nada más… Colocas en tu reproductor de música un blues sensual que evapora de mi mente toda idea superflua.

Con total naturalidad nos abrazamos. Mi aliento roza tu oreja y te estremeces. Nos miramos a los ojos sólo por un segundo, y el delirio se hace presente magnificado y potenciado por el aroma embriagador de nuestras feromonas… Me gusta besarte, anclar mi lengua en la tuya, degustarte así… fusionando tu gusto a café con mi sabor a canela.

Me desconozco, Marcela… pero no quiero pensar en nada salvo en ti, en la dulzura de tu miel interior, que brota inundando mi boca y mi rostro entero con verdadero deseo. Me gustas y sé que te gusto. Me catas y me instas a catarte. Pruebo tu sexo y siento que muero de placer, creo que jamás me cansaré de hurgar entre tus pliegues y de hacerte estallar en mil pedazos, maravillándome ante tu cuerpo arqueado y satisfecho, acompañado por mis propias curvas.

Adoro lamer tus pechos… adoro que tú también lo hagas, y que me comas el universo húmedo que se despliega como fruta madura ante tu lengua insaciable y traviesa.

Una experiencia fantástica e innovadora que he disfrutado, ¡no te imaginas cuánto, Marcela! Aunque... ¿sólo ha sido un sueño? Ohhhh!!! Pues entonces no quiero despertar...

Para D.

11 comentarios:

ENCANTADORA DE DEMONIOS dijo...

Esto me trae muchos recuerdos. Me alegro de encontrarte de nuevo.
Un besin preciosa.

arnand dijo...

Sueños de los que no se desea despertar... o que deseas volver a soñar... deliciosos sueños.

Besos!

Anónimo dijo...

JAJAJA ...¡Que "cabrona" eres!.

Enhorabuena por el texto.
Gracias por avivar mi imaginación (ahora dormida).

Pero... a mi no me "engañas", es solo que me dejo engañar. O no.


Un beso, cielo

Danielle dijo...

Yo tampoco quiero despertar...

D :)

Aires dijo...

Me encanta la sensualidad que desprende este sueño soñado. Besitos.

Rebecca dijo...

Encantadora, me alegra verte!
Besines, linda.


Así es, Arnand... un sueño para continuar ;)


Touchè, jajaja! Eres un encanto ;)


Dani, mmmmm... qué bello es soñar así, linda :)


Aires, gracias por pasar y comentar. Besitos

Erotismo dijo...

si ya el blog estaba con buen nivel, este post te consagra... me ha encantado, está cargado de sensualidad y de matices. felicidades!

ah, y un beso

SELVAYSEX dijo...

tenemos fantasias parecidas....mmmmm
besos!!!!!

Rebecca dijo...

Cuánto me halagas, Erotismo!
Muchas gracias!!!
Y un beso ;)


Ambar, ya veo! jajaja
Besos, linda

Zarobis dijo...

Un descubrimiento encantador

pefipresa dijo...

Sueño o realida,,,todo se funde en lo mismo,,,,deseo....